Mesón del Vino Mariano

El procedimiento es el siguiente: se avanza hasta el final de la barra, se abre la antigua nevera modelo Anglo Morancho, y se saca un botellín bien fresco; el camarero se limitará a coger el abridor y destapar la cerveza. Si la elección es un vino, vermú o moscatel, la intervención del profesional de la barra será menor todavía. Los vasos, alineados en un estante de madera, esperan a ser llenados por los bebedores con los vinos que reposan en las cubas de madera, para terminar en el fregadero una vez vacíos.

Cuando Mariano abrió el bar hace más de 40 años tuvo muy claro que debía ser autoservicio. Si todos los gremios cobraban la mano de obra, ¿por qué la iba a regalar él? La decisión fue acertada: si el cliente se sirve, los precios bajan. Con esta idea, y con la plancha siempre encendida —preparando bocadillos y raciones de chorizo al infierno—, el Mesón del Vino Mariano ha perdurado hasta hoy, y es el único bar autoservicio que queda en la ciudad.

Hace un par de años que su propietario traspasó el bar –que también es Peña de Veteranos del Real Zaragoza– y la nueva gerencia no ha modificado su funcionamiento ni su decoración. La misma clientela de siempre es la que sigue abriendo y cerrando los grifos y la nevera a la hora del vermú, y durante los partidos de fútbol; eso sí, ahora la oferta de tapas y raciones es mucho mayor: banderillas varias, laterío, croquetas, embutidos, patatas asadas, ternasco, alcachofas rebozadas con romesco...

Sólo por el atractivo y el desuso del autoservicio, tan infrecuente hoy en día, merece la pena pasarse por el lugar; pero es que además, en pocos metros podemos encontrar algunos bares genuinos que forman una ruta perfecta. Eso sí, hay que tener cierta mesura con lo de abrir y cerrar grifos y puertas, que lo de rellenarse el vaso uno mismo da una satisfacción demasiado vigorosa… y tentadora.