Bar Lázaro

No muy lejos de las tapias de La Zaragozana, en una calle llena de locales cerrados que para pocas cosas pilla de paso, llama la atención un viejo cartel de brandy Veterano, comido por el sol y que no hace pensar que el bar que anuncia continúe abierto.

La tasca, montada por un matrimonio soriano ya jubilado, se hizo popular en el barrio y especialmente entre los taxistas. Allí acudían al encuentro de sus tapas, tortilla de patatas, torreznos, salmueras y tacos de escabeche. Hoy, la gerencia ha cambiado, pero el vaho antiguo permanece. 

Con colores desgastados, mesas y sillas de formica, ambiente –y decoración– de peña futbolera, el bar Lázaro recuerda a las muy castizas adegas portuguesas, lo que ya merece una peregrinación. Aquí la especialidad son los modestos vinagrillos –sin combinaciones imposibles–, banderillas y salmueras de toda la vida, con calidad, y con unos precios igualmente proletarios.

Con su canario cantando en la puerta, este lugar, algo escondido y desconocido, congrega a currelas, gentes del barrio y peñistas que acuden fieles a su bar de siempre.