Bar Carrascal

La excesiva simpleza del bar, que casi roza lo anodino, es parte de su atractivo. Los elementos decorativos son escasos, el mobiliario es el de toda la vida: barra de formica y mesas de madera, y la clásica tragaperras convive con una máquina de atrapar peluches. El ambiente añejo se masca nada más entrar.

El bar se fundó hace 40 años por Manolo y su hermano, quienes también montaron Las Cavas del Champán en la calle Escosura. Trabajaron en éste último durante 20 años, hasta que volvieron para llevar las riendas del Carrascal que cuenta, a día de hoy, con Manolo como único gerente.

La principal atracción está en la misma barra, allí se encuentra la parrilla de obra de color rojo. Ya sea para tomar unas raciones con el vermú, o de plato principal, la brasa está siempre dispuesta para cocinar chorizos y longanizas, papada, codornices, picantones, morcilla... y la excelente carne de ternasco, que Manolo, quien cuenta que ha sido pastor, ofrece con orgullo a los asiduos y no tan asiduos del lugar.

El género es de buena calidad, y la oferta abundante, patatas bravas, migas, oreja, gambas a la plancha, bacalao rebozado, caracoles... las raciones pueden variar –al igual que el precio– según el humor del jefe, ya que ofrece productos de temporada y también por encargo. Al fondo de la barra y en penumbra se encuentra un austero comedor, de disposición extraña y con una claraboya en el techo que recuerda a un garaje.

No es el primer bar en el que uno pensaría para ir de vermú, pero es una parada genial para hacer ruta por esas calles de Delicias. Además, a quién no le gusta estar al lado de la lumbre en un bar.