El Guardabares es un archivo de bares auténticos de Zaragoza, entendidos como un estilo de vida junto a la barra, donde las charlas van y vienen, y los vasos de vermú se vacían.
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Sobre lo buenos y lo frescos que están los botellines frescos

León Mena

Los botellines frescos están buenos todo el año, no nos vamos a engañar, pero ahora en verano están todavía mejor, están más buenos y además están más frescos. El botellín es —con permiso de nuestra querida caña— el mejor formato para beber cerveza, para beberla como a nosotros nos gusta, rápido, bien fría y con presión. Su forma y tamaño son símbolo de perfección para nosotros, los amantes de los bares. 

Los veinte centilitros del botellín son la cantidad justa de cerveza para bebérnosla toda bien fría y, a la vez, librarnos por un tiempo razonable de la desazón que nos produce ver que la cerveza se nos acaba y todavía no tenemos otra… y el camarero igual está ocupado y podemos pasar un rato cicatero sin un mal trago de cerveza que beber. Por suerte, existen lugares donde esto no sucede nunca, lugares donde antes de que el botellín esté mediado ya tenemos otro entero esperándonos. Pero este es otro tema que por su seriedad y trascendencia habrá que tratar en otra ocasión. Hoy hemos venido a hablar de lo buenos y lo frescos que están los botellines frescos. Sabemos que es una obviedad, pero es que están tan buenos —y tan frescos— que merecen que escribamos sobre ello. 

Sí, sobre los botellines de cerveza, también llamados quintos o botijos, no cometan la herejía, por favor, de llamar botellines a las cervezas de tercio, también llamadas gordas, medianas o bombas. Cada formato tiene su nombre igual que tiene su momento.

Es de justicia reconocer que las cañas también son un dechado de virtudes. Pero en estos tiempos en los que el noble oficio de tabernero está de capa caída y la taberna misma desaparece, el botellín, con su uniformidad, nos ahorra la penitencia de la caña mal tirada. Aunque bien sabemos nosotros que en esto de los bares uno nunca está libre de peligro, y siempre se corre el riesgo de dar con lo único que es peor que una caña mal tirada: un botellín caliente. 

El botellín caliente, además de no estar ni bueno ni fresco, nos priva de otro de los grandes placeres de beber botellines, que son esos eructos que se proyectan hacia la nariz y nos inundan las fosas con el amargor de la cerveza y el picor del gas, lo que resulta una delicia pura.

En cuanto a la frescura del botellín, cada bebedor tiene su referente, esa taberna donde los botellines le están a uno más frescos que en ninguna otra parte. El mío particular, y el de casi todos los que lo han pisado, es el bar de Maradona que está en mi pueblo, también conocido como El Lugar. Allí en la alredorá (que es El Lugar y lo de alrededor), los botellines suelen estar muy frescos en todos los bares, las cosas como son; pero donde Maradona los botellines adquieren una temperatura tal que si estuviesen un poco más fríos estarían congelados, pero nunca lo están y siempre se pueden beber con deleite. Que es muy desagradable, ojo, encontrarse con un botellín congelado. Pero no, allí eso no pasa. Es tanto lo buenos y lo frescos que están allí los botellines que uno llega a decir cosas como «este botellín está maradoniano», cuando se encuentra con un botellín que está como tiene que estar; o «este botellín está fresco… pero no está maradoniano», si el botellín está fresco y bueno pero no alcanza la excelencia. 

El botellín, como todas las cosas buenas y puras, tampoco se libra del incomprensible empeño que hay en el mundo de hoy por sacar cosas nuevas que no aportan nada, o cambiar sin necesidad aquellas que están bien como están, y sucede que últimamente algunas marcas están fabricando botellines de cuarto de litro, ante lo que nosotros nos preguntamos atónitos qué necesidad había. ¿Quién necesita cinco centilitros más en el botellín? Si queda uno con sed siempre se puede beber otro. Ésa es precisamente una de las grandes ventajas del botellín, que siempre hay hueco y tiempo para uno más y pueden tomarse muchos. Son muchas las regiones donde cada botellín viene acompañado, además, de su correspondiente pincho; y el consumidor sale especialmente perjudicado si le aumentan el tamaño del botellín. 

Ay, la cultura y la liturgia de la tapa, otro tema que puede dar para enormes disertaciones y que presta siempre bien con el botellín fresco, que está bueno con tapa fría y con tapa caliente.

Y luego están las modas. Ahora está de moda la cerveza artesana y las cervezas extranjeras tradicionales, parece que se está creando toda una subcultura alrededor de esto. Y están muy bien esas cervezas para tomarse una de vez en cuando, a mí personalmente me gusta tener siempre un par en la nevera, porque con una de ellas puede darse uno por cenado sin tomar nada más; pero si se trata de beber, resulta que esta cerveza llena mucho y está poco fresca, así que sencillamente no sirve para beber como a nosotros nos gusta. 

Gran ventaja del botellín es también su ergonomía, tan perfecta que asusta. Además de la forma habitual de la que podemos coger cualquier otra botella, vaso o recipiente, el botellín nos ofrece una posibilidad tremendamente graciosa. Lo podemos coger del cuello con dos dedos, y con un giro de muñeca que resulta muy cómodo gracias a su tamaño —perfecto, como ya hemos dicho— tenemos la cerveza, bien fría y con bien de gas, cayendo a borbotones sobre nuestro gaznate sin apenas molestarnos, como con desgana. Pero el grado de perfección que podemos alcanzar bebiendo del botellín puede refinarse todavía más; si además de cogerlo de la forma descrita, nos lo acercamos a la boca por el lado en vez de por el centro, esto es, por la comisura, el acto de beber adquiere un gesto de desinterés que roza lo sublime. Además, y esto no se lo digan a nadie que no lea esta web —es información muy valiosa reservada para unos pocos—, bebiéndolos por el lado los botellines están aún más buenos y, si me apuran, incluso un poco más frescos.

 

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