El Guardabares es un archivo de bares auténticos de Zaragoza, entendidos como un estilo de vida junto a la barra, donde las charlas van y vienen, y los vasos de vermú se vacían.
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De vermú con: Álvaro Ortiz

dibujante de cómics e ilustrador

Álvaro Ortiz está de vuelta en la ciudad. Tras una temporada en Roma, donde además de pasar las horas Peroni en mano en el bar San Calisto y reflexionar ante obras de Caravaggio, ha tenido tiempo de crear la que va a ser su nueva obra, «Rituales». Como sabemos que es muy de pasear por Torrero, le hemos pedido que nos cite en un bar del barrio, donde nos ha quedado claro que a él, más que los bares, lo que le gusta es la gente rara que acude a ellos.

 

Vermú, ¿con sifón o sin sifón?
Me valen las dos opciones.

­Tortilla, ¿con cebolla o sin ella?
SIN cebolla. Aquí no cedo. Mi madre hace la mejor tortilla de patata del mundo (sin coñas, es la verdad) y como es alérgica a la cebolla pues sin cebolla. A mi me sale casi tan buena como a ella y aunque no soy alérgico tampoco le pongo. Ponerle cebolla es de cobardes. Y el huevo bien hecho, nada de que babee.

¿Tapa preferida?
Ni idea. Depende el sitio. Pero el otro día en A Fartalla en Torrero, me comí un nosequé de alcachofa con salmón, que no será mi tapa favorita de la historia, pero sí del mes.

En tus cómics aparecen multitud de garitos ¿utilizas bares reales
o te los inventas?
 Parece que a tus personajes les gustan...
Casi todos mis tebeos van de gente muy normal que habla de cosas menos normales, así que sí, salen bien de bares y cafeterías, porque la gente normal queda a hablar y beber en los bares. Pero suelen ser siempre bares ficticios, porque me divierte inventar nombres y decoraciones. En el que terminé hace nada, «Rituales», salen un montón, pero ahora que pienso casi son más cafeterías y locales de comida rápida (hamburgueserías, kebabs) que bares así con encanto. Sale un bar de estación de autobuses, que esos siempre son un filón, pero no sé si salen muchos más... Hace poco me comí un pincho de tortilla en uno en el que un tipo pasadísimo jugaba a la tragaperras mientras cantaba canciones de Los Planetas a gritos.

«En la barra puedes escuchar mejor las conversaciones ajenas, pero desde una mesa tienes una visión más panorámica de todo el asunto».

¿Que bar real podría aparecer en una historia tuya?
Una vez dibujé las Almau porque tenían unas mesas con cola de sardina que me hacían mucha gracia, y un clásico que quedaría bien en viñetas es el Texas. Una temporada viví enfrente de un bar (no diremos el nombre) en el que todos los fines de semana había lío y acababa siempre en la terraza viendo las intervenciones de la policía, quise usarlo para una cosa pero al final nunca la llegué a dibujar. Y el que me arrepiento de no haber incluído en el último cómic, que se desarrolla en parte en Barcelona, es Los Pescadores (creo que se llamaba así y que ya está cerrado) un sitio del Barrio Gótico donde los dueños/camareros te trataban con un extra de desprecio y donde de la clientela solo diremos que era peculiar.

J K Rowling escribía Harry Potter en el bar The Elephant House de Edimburgo... ¿En qué bar podrías sentarte a trabajar en un nuevo cómic?
Ufff, en ninguno. Hay dibujantes que sí que les da para sentarse en un bar o en una cafetería y poder currar allí, pero a mí me es imposible. Me puedo sentar y hacer dibujos del personal en el cuaderno, eso me gusta, aunque solo llevo el cuaderno cuando voy de viaje, pero lo que es ponerme a currar en serio, eso lo tengo que hacer en casa. Me cuesta mucho concentrarme, soy así de soso.

Hablando de Harry Potter... estaría bien disponer de un bar en el que sirvieran cerveza de mantequilla, ¿eh?
Ya te digo, pero mira, mientras nos pensamos si montar una sucursal de
Las Tres Escobas aquí en Zaragoza, aquí está la receta: 
http://bloghogwarts.com/recetas-pottericas/

­«Este año en Roma pasé muchas horas en el San Calisto, en una plaza en el centro del Trastevere [...] Según la guía del Lonely Planet, la clientela está formada por turistas, señoras del barrio y camellos».

¿Eres de mesa o de barra?
En la barra puedes escuchar mejor las conversaciones ajenas, pero desde una mesa tienes una visión más panorámica de todo el asunto. Últimamente, además, voy siempre con el radar puesto, cualquier pequeño detalle puede acabar en alguna viñeta, desde un personaje a un diálogo cazado al vuelo.

¿Por qué hemos quedado en el bar El Fútbol?
Se supone que era el bar al que venía mi abuelo, que vivían aquí en Torrero, y como se murió siendo yo pequeño y nunca me trajo pues ya vengo ahora por mi cuenta. En realidad me lo descubrió una intrépida reportera gastronómica de aquí del barrio, y ya luego caí que era al que venía mi abuelo Emilio. No creo que cuando él viniese hubiese tanta croqueta, pero yo vengo por eso, por las croquetas.

¿Echas de menos algún bar en Zaragoza?
Este año en Roma pasé muchas horas en el San Calisto, en una plaza en el centro del Trastevere. No es que me pegase el día allí, porque en Roma estuve currando mucho (pero mucho, horas infernales sentado ante el ordenador en el taller), pero es que siempre iba (íbamos) al mismo. Daba igual que fueses a desayunar por la mañana que de cervezas por la noche, es el mejor bar de Roma. El dueño había sido boxeador y dentro tenía colgada alguna foto. Y seguramente el más barato pese a estar donde está. Según la guía del Lonely Planet, la clientela está formada por turistas, señoras del barrio y camellos. También me quedé prendado de otros que conocí fugazmente; una taberna en la Rochelle llamada La Cave de la Guignette, que era la bebida estrella del sitio y que tengo dibujada en algún cuaderno, un antro en Angouleme donde el camarero tenía psoriasis en la mano lo que le daba un plus de peligrosidad a pedir una caña, o una licorería en Baltimore en la que las dos veces me devolvieron mal el cambio, había rejas que protegían al tendero, y a todos los clientes les faltaba una pierna.

­¿Qué bar de Zaragoza no nos podemos perder?
El Don Leandro, en el Arrabal. Un cliente habitual del sitio me contó un día que Don Leandro durante unos años trabajó de espía, pero por más que le intento tirar de la lengua a él, ni desmiente ni confirma. Pero yo estoy seguro de que sí, que algo de eso hubo.

Estudió diseño gráfico en la Escuela Superior de Diseño de Aragón e ilustración en la Escola Massana de Barcelona. Tras varias autoediciones y reconocimientos –Premio Injuve 2003 incluido–, participa en álbumes colectivos como «Tapa roja» y «Lanza en astillero». En 2005 publica «Julia y el verano muerto», al que seguiría «Julia y la voz de la ballena» en 2009. A finales de 2010 vuelve a la autoedición con «Fjorden», sin embargo será «Cenizas» –realizado en la Maison des Auteurs de Angoulême en 2012–, el cómic que encumbre su carrera. Su talento no pasa desapercibido y es nominado en varias categorías de los Premios Ficomic; participa en la antología de novela gráfica «Panorama», colabora en el proyecto «Viñetas de Vida» de Oxfam con la historieta «Femmes des fraises», escrita por Isabel Cebrián, y ya en 2014 ve la luz «Murderabilia». Su obra ha sido traducida a francés y alemán, y en breve se estrena su último álbum: «Rituales», realizado en la Academia de España en Roma, y que supone la consagración de una de las promesas del cómic nacional. 

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