El Guardabares es un archivo de bares auténticos de Zaragoza, entendidos como un estilo de vida junto a la barra, donde las charlas van y vienen, y los vasos de vermú se vacían.
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De vermú con: Luis Rabanaque

ACTOR Y HUMORISTA

Entre escribir guiones, producir, gestionar redes sociales, dar talleres de comunicación, hacer fotos o actuar en cine, teatro y televisión, Luis Rabanaque también tiene tiempo para ir de bares. Nos encontramos con él en la parte trasera del mítico Café Levante que cumple su 120 aniversario, donde presididos por el retrato de Labordeta, tomamos unos botellines de cerveza mientras se suceden anécdotas y risas, y descubrimos la faceta más personal de Luis, en cuya compañía resulta casi imposible no estar de buen humor.

 

Vermú, ¿con sifón o sin sifón?
Con sifón, sin dudarlo. Y si lleva el plastiquete de Konga, fastuoso. Por un lado me encanta la fuerza que da el sifón. Por otro, ver al camarero disparar con él. He de decir que en casa tengo un kit de emergencia vermú+sifón por lo que pueda pasar. ¡Me pirra el vermú!

Tortilla, ¿con cebolla o sin ella?
He tenido mis épocas. Odié la cebolla del  mismo modo que odié el cine musical y la estética de los setenta, pecados de juventud.  A estas alturas, todo me viene bien si está bien hecho. Creo que más que con cebolla o sin ella me lleva a disfrutarla que esté hecha con más o menos cariño. Y las de mi madre y mi chica se llevan la palma, claro. Fuera de la familia, la XL de dos pisos del Café Levante me encanta.

¿Tapa preferida?
El clásico de los clásicos para mí es la salmuera. Y sin demasiados adornos. Como en el teleclub del pueblo. Con su ajico, su perejil, su chorradica de vinagre… Esas movidas de hielo picado y demás, no van conmigo, ya lo aviso. Las tapas tradicionales me satisfacen en general. Desde las clásicas gambas orly, patatas rellenas, bravas, o croquetas, a las empanadillas, torreznos y mejillones. Ah, y cualquiera que tenga que ver con la morcilla. Para mí, otro artículo estrella de la barra.

 

¡Joder, me gustan las croquetas en general! (Bueno, las de bacalao no demasiado, la verdad).

 

En Oregón Televisión -dentro de tu personaje de Roque- te vemos comer muchas croquetas, ¿tienes alguna particular que te guste, o has acabado cogiéndoles manía?
Bueno, realmente el personaje come pocas, la que se hace con ellas siempre es Adela, su mujer, jajaja. En la ficción el personaje de Roque las prepara y ella las finiquita. Y en la realidad de la grabación depende de la hora. Si toca a primera hora de la mañana o recién comidos, apetece poco replegar la bandeja una vez grabado el sketche. Si va la cosa hacia última hora, nos peleamos por ellas. Y sí, me encantan las croquetas. Y también aquí soy un clásico: Las de jamón me chiflan. Las de cocido otro tanto. Y las de marisco… las de setas… ¡Joder, me gustan las croquetas en general! (Bueno, las de bacalao no demasiado, la verdad).

¿Te invitarán a muchas croquetas cuando te reconozcan en un bar, no? Tenemos entendido que en algunos bares, la parroquia tenía por costumbre invitarte…
Se queda más en la broma al entrar, luego en general me las cobran, jaja. Ha habido cosas curiosas con el asunto a lo largo de estos años. Anécdotas, mil… Hace tiempo se juntaba un grupo de gente con camisetas de Roque a comer croquetas en un bar, en casas… La cosa es que no se conocían, contactaron por las redes gracias al programa, pero ahí que estaban todos los sábados dándole a la croqueta. 

Otra es que, en un bar mítico del barrio de San José, el Tándem, hubo grandes «momentos croqueta». Recuerdo la tripada que me di en un concurso en el que participaron cerca de veinte personas y yo estaba como jurado. Vengo de posguerra y no soy de dejarme nada en el plato. Y luego volvimos a probar las que pasaron a la final, ¡un sindiós! Ganó una de huevo frito y patatas. La originalidad era que la yema estaba inyectada dentro de la pasta y al morderla estallaba… ¡joder, es la mejor croqueta que he probado en mi vida! La añoro muchísimo.

Otra divertida fue que a un concierto de los musicales del Oregón vino una moza con un «tupper» lleno de croquetas. Se puso en primera fila mostrando la cajita con grandes aspavientos pero yo estaba absolutamente desconcertado, no sabía qué me quería decir. Al terminar vino a la puerta de los camerinos y se descubrió el tema.

Y otra anécdota relativamente dramática: un día me estaba comiendo una croqueta en un bar y un crío me conoció y de los mismos nervios quiso imitar a Adela, me dio un manotazo y me tiró la croqueta al suelo. Su padre, de los mismos nervios, también se atoró y le soltó un bofetón, y yo de los mismos nervios también estuve a punto de ponerme a bailar con un señor que había en la barra (no, esto último es ficción, pero fue una situación extrañísima, no habría desentonado nada).

 

En el Café Levante surgieron las primeras reuniones de los McClown, la compañía que aglutinó a buena parte de los actores del Oregón.

 

Dicen que todos los actores empiezan de camareros, ¿alguna vez has trabajado en un bar?
Pues exactamente en un bar, no, me he ganado la vida con otras cosas cuando el asunto de la televisión y del teatro no ha dado de sí (que es con frecuencia, ¡jajaja!). Tuve una experiencia pasajera en la comisión de fiestas de un pueblo y me lo curré cual si fuera un profesional, me hice un papel de camarero tan ricamente con gran éxito de crítica y público. Pero más allá de esto, no me ha tocado.

Se dice que en todas las ciudades hay un «bar de actores», donde van todos los artistas y técnicos al acabar una obra. ¿Hay alguno especial para ti?
Hay varios, imagino que cada grupo tenemos nuestras referencias. Precisamente en el Café Levante surgieron las primeras reuniones de los McClown, la compañía que aglutinó a buena parte de los actores del Oregón. Con algunos compañeros también nos dejamos caer por Vinos Chueca con una cierta frecuencia. Y en la época de la Escuela de Teatro el Fontazones de Carlos Vega y el Bambalinas, los dos en la Calle Royo, el Azul; La Gruta de María Moliner, el Moderno… 

 

Me habría encantado entrar al Ambos Mundos, el que decían que fue «el café más grande de Europa».

 

Y con tus compañeros de la tele, ¿tenéis algún bar al que vayáis frecuentemente?
A estas alturas, con familia ya la mayoría del grupo, solemos elegir en función de la chavalería, más que por nuestro criterio. Donde sí que nos juntamos es para comer en la semana de grabación del Oregón. Hasta esta temporada pasada lo hacíamos en el Jabalí, un restaurante en el Polígono el Portazgo en el que nos cebaba el amigo Chema. Este verano cerraron las puertas pero todavía nos acordamos de sus bandejas de brasa (complicadísimo ya grabar por la tarde), sus «friselicos» de quince centímetros de altura y los «helados de dos cabezas (su peculiar forma de llamar al Maxibon)». Cuando le pedíamos que rebajara la altura del corte de helado se enfadaba y decía que le íbamos a joder el prestigio al local. «¿Qué será lo siguiente que pediréis? ¿Madalenas rosas?». ¡Jajaja! 

¿Hay algún bar que eches de menos? 
Muchos, claro. Incluidos los que han seguido con sus puertas abiertas pero han perdido su aire castizo de toda la vida. En Torrero echo de menos casi todos, el Bar Colón de la Avenida América; otro que recuerdo es un bar pequeñito que prácticamente solo servía vinos como el número 64 de la Avenida América; otro al final de Mesones de Isuela…  Allí iba con mis padres de vez en cuando y me viene a la cabeza un golazo de falta de Rivelinho en el mundial del 74… Pero no recuerdo el nombre de ninguno de los dos establecimientos… ¡por favor, memoriosos de Torrero, acudid en mi ayuda! También el Bar Trives, las Rejas, donde se hacían meriendas de cumpleaños… Hubo varios establecimientos que hacían la función de bares, aunque no eran exactamente privados: La Hermandad de San Francisco, La Hermandad de la Lasierra Purroy, el Club Cultural y Recreativo Venecia… En el Centro de Zaragoza, unos cuantos también y aquí incluyo bares, restaurantes, cafés… El antiguo Espumosos, por ejemplo; Las Vegas, el antiguo Hergar, el Café Madrid, la Posada de las Almas, La Cochera… Hasta hace un tiempo, la Pensión Lapeña del Tubo, donde me dejaba caer con frecuencia. Y no llegué a conocerlo, pero me habría encantado entrar al Ambos Mundos, el que decían que fue «el café más grande de Europa». Ahí es ná.

¿Por qué has elegido que nos veamos en el Café Levante?
El Levante para mí conserva el sabor de los negocios hosteleros de hace un siglo. Mantiene algunas de sus especialidades y el trato es fantástico, es un gusto entrar. Desde sus granizados y horchatas a sus tortillas de patata y tapas diversas, todo riquísimo. No le han afectado los cambios de ubicación, sigue siendo un Café de los de antes, con un ritmo diferente al de la calle. No tiene televisión y es un gusto mirar a los ojos a tus interlocutores sin que uno de ellos o tú mismo señaléis hacia el plasma a mitad de conversación. Y eso es estupendo. Esta semana casualmente se celebran los fastos propios de su 120 aniversario y tengo el honor de participar testimonialmente en uno de ellos. ¡Larga vida al Levante!

Luis Rabanaque es, cuanto menos, un artista polifacético. Pese a dedicarse a la formación de diferentes materias relativas a la comunicación y el mundo audiovisual, la popularidad le ha llegado gracias a sus dotes de humorista en el programa Oregón Televisión, de la cadena autonómica aragonesa. Aficionado a la fotografía, la tecnología y el cine, Luis compagina como nadie la docencia en áreas de diseño gráfico y producción audiovisual, con su vena artística, donde destaca como guionista y actor de teatro, cine y televisión.  

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